“La idea de que el fondo del tiempo es una fijeza que disuelve todas las imágenes, todos los tiempos, en una transparencia sin espesor ni consistencia, me aterra. Porque el presente también se vacía: es un reflejo suspendido en otro reflejo. Busco una realidad menos vertiginosa, una presencia que me saque de este ahora abismal, y miro a Esplendor ―pero ella no me mira: en estos momentos se ríe de las gesticulaciones de un monito que salta del hombro de su madre a la balaustrada, se columpia prendido de la cola a uno de los barrotes, da un salto, cae a unos pasos de nosotros, nos mira asustado, pega otro salto y regresa al hombro de su madre, que gruñe y nos enseña los dientes. Miro a Esplendor y a través de su rostro y de su risa me abro paso hacia otro momento de otro tiempo y allá, en una esquina de París, entre la calle de Bac y la de Montalembert, oigo la misma risa. Y esa risa se superpone a la risa que oigo aquí, en esta página, mientras me interno en las seis de la tarde de un día que invento y que se ha detenido en la terraza de una casa abandonada en las afueras de Galta”.
12 de marzo de 2013
“En las dos orillas: la representación de los monos en El mono gramático de Octavio Paz”
“La idea de que el fondo del tiempo es una fijeza que disuelve todas las imágenes, todos los tiempos, en una transparencia sin espesor ni consistencia, me aterra. Porque el presente también se vacía: es un reflejo suspendido en otro reflejo. Busco una realidad menos vertiginosa, una presencia que me saque de este ahora abismal, y miro a Esplendor ―pero ella no me mira: en estos momentos se ríe de las gesticulaciones de un monito que salta del hombro de su madre a la balaustrada, se columpia prendido de la cola a uno de los barrotes, da un salto, cae a unos pasos de nosotros, nos mira asustado, pega otro salto y regresa al hombro de su madre, que gruñe y nos enseña los dientes. Miro a Esplendor y a través de su rostro y de su risa me abro paso hacia otro momento de otro tiempo y allá, en una esquina de París, entre la calle de Bac y la de Montalembert, oigo la misma risa. Y esa risa se superpone a la risa que oigo aquí, en esta página, mientras me interno en las seis de la tarde de un día que invento y que se ha detenido en la terraza de una casa abandonada en las afueras de Galta”.
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