Noé Isaías Lara Aguila (Benemérita Universidad Autónoma de Puebla),
Ahora aparece el más alto, el que lleva el fusil.
Con la tranquilidad que da la práctica, introduce un cartucho en la recámara y
apunta a la jaula de los perros. El mayor de los pastores alemanes, que babea
de cólera, le gruñe y le tira mordiscos. Se oye un estampido; la sangre y los
sesos se esparcen dentro de la jaula. Cesan los ladridos un instante. El hombre
hace otros dos disparos. Un perro, alcanzado en el pecho, muere en el acto; el
otro, con una herida abierta en el cuello, se sienta con pesadez, baja las
orejas y sigue con la mirada los movimientos de ese individuo que ni siquiera
se toma la molestia de administrarle un tiro de gracia.
Se hace el silencio. Los tres perros que quedan,
sin un lugar donde esconderse, se retiran hasta el fondo de la perrera y gimen
con voz queda. Tomándose su tiempo entre disparo y disparo, el hombre los
liquida (COETZEE, J.M. Desgracia. 2006.
Random House Mondadori. México. pp. 115-116).
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