“un
niño como de unos doce años: pálido, delgado, nervioso, flexible, apenas
desarrollándose, pero fuerte y ágil, de nariz aguileña, los labios finos, el
pelo lacio y negro, los ojos pequeños, negros también, vivísimos, y la mirada
inmensa […] le llaman así, por sus piernas largas que casi siempre traía
desnudas, excepto los domingos, y por su ligereza y agilidad [“El Tildío”, 109-110].
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